El Silencio
El silencio mantiene a la noche serena
solo las estrellas hablan susurrando.
La luna tomó su capa morena
para acompañar a nazarenos rezando.
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Tocan 12 campanadas,
como doce puñaladas al viento…
Hay lágrimas en costaleros,
lágrimas, de sufrimiento…
¡Porque son 12 las campanadas
Que acompañan al cristo muerto!
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La oscuridad inicia su andadura
despeinada por el viento.
Las estrellas buscan sus velos
entre baúles al terminar el invierno.
Madrugada de pasos silenciosos
de bocas calladas mientras llega el alba.
De caminos de senderos poco transitados
de manos sosteniendo la calma.
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Larga noche de rezos,
silencio roto por el murmullo de un costalero
Que en cada levantá se inclina aclamando al cielo
Que el paso de sus años no le impida
acompañar a su Cristo cada año, cada rezo
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La luna toma su capa más oscura
para acompañar tanto desconsuelo.
Se oyen las 12 campanadas
Como doce puñaladas al viento…
Hay lágrimas en costaleros
Lágrimas de sufrimiento
¡Porque son 12 las campanadas
que acompañan al cristo muerto!
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Durante toda la noche
se vio caminar a un Nazareno.
Nadie sabía su nombre
nadie lo supo cierto.
Pero dicen que llevaba sus manos tapadas
para no mostrar las llagas del sufrimiento.
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Madre
Caminaba por la almohada de sus desvelos
meditando el porque de su vida.
Mientras las horas pasaban lentas
Esperando de nuevo el día.
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Había perdido el alma
esa noche se apagaba su alegría.
Su hijo ya no estaba junto a ella
al menos… eso creía.
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Paseaba por la habitación de sus tormentos
recordando el que había sido su vida.
Mientras clamaba al cielo
esperando respuestas desconocidas.
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Había perdido la esperanza
esa larga noche de agonía.
Su hijo moría a su lado
Al menos… eso creía.
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Hoy encontré una mujer caminando
me dijo llamarse María.
Llevaba una túnica blanca
bordada en tonos lilas.
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Caminaba junto a mi sendero
alargó su mano y tomó la mía.
Me preguntó porque estaba triste
yo añadí que era por la misma vida.
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Ella me contó que tuvo un hijo
que se marchó un día.
Para renacer entre los hombre
y así calmar la desidia.
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En su rostro había dulzura
esa que solo marca la alegría.
De saber que nadie se va para siempre
si “Jesús” forma parte de su vida.
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Caminando por la almohada de mis desvelos
meditando el porque de mi vida.
Mis horas pasan lentas
esperando que amanezca un nuevo el día.
Que me llene de esperanza
y de ilusión en el día a día.
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Al Cristo de la Agonía
Hay un Cristo en Lleida.
¡Hay Cristo de mi agonía!
Que al verlo enclavado,
descolgarlo yo quisiera…
Para hacer que camines a mi lado,
y así jamás…
Sentir ausencias en días de vela.
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Hay un Cristo en Sant Martín,
en una Iglesia entre iglesias,
que al verlo inmóvil,
descolgarlo yo quisiera…
Para hacer el bien a los hombres,
y así jamás…
Sentir el llanto de la pobreza.
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Una larga noche de primavera,
paseando yo por Lleida,
vi una sombra caminando
con huellas de clavos
y el corazón abierto sin tristeza.
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Una luna serena me hacía de guía
paseando yo a su vera,
vi filas de hombres aclamando
con huellas de historia
y amor generoso traspasando puertas.
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Una serena noche de primavera
paseando yo junto a tu iglesia,
vi mujeres que alababan
con huellas de penas de antaño
y el alma envuelta en tu presencia.
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Hay un Cristo en Lleida.
¡Hay Cristo de mi agonía!
Qué al verlo enclavado…
bajarlo yo quisiera
Para hacer que camines a mi lado
y así jamás…
Sentir ausencias en días de vela.
Hoy Cristo de la agonía.
En tu Iglesia coronando.
Cuando te miro ya no te veo inmóvil,
ya no deseo que bajes de tu cruz caminando…
Pues tú caminas cada día…
Entre calles y gentes ayudando.
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¡Hay Cristo de la Agonía!
¡En Sant Martín postrado!
Pero todos conocemos,
que en donde estemos…
¡Tú estarás a nuestro lado!
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Mantilla Negra
Ataviada con mantilla y vestido negro de encaje
paseé mi última Semana Santa en Ceuta.
Rosa siempre deseó verme acompañar a la Virgen
en su recorrido por las calles de la ciudad.
Y yo, yo no podía negarme.
Desde que marchara de mi ciudad a mis trece años,
no había visto ni Cofradías, ni Pasos por calles y cuestas.
Y yo no podía negarme ese Miércoles Santo.
Vestido negro, zapatos negros y el Poniente por compañero nos
recordaba la larga tarde noche de oraciones.
Eran las tres de la madrugada
terminó el recorrido.
Rosa me esperaba en casa,
me ayudó a sacarme la mantilla de mi abuela,
y el vestido confeccionado a distancia.
Se recostó nuevamente en la cama para no
despertar un Jueves Santo.
Rosa esperó a dormirse
sabiendo que la Virgen había oído mis rezos.
A Rosa Borras Díaz