miércoles, 11 de febrero de 2015

POEMARÍO SEMANA SANTA

El Silencio



El silencio mantiene  a la noche serena

solo las estrellas hablan susurrando.

La luna tomó su capa morena

para acompañar a  nazarenos rezando.

****


Tocan 12 campanadas,

como doce puñaladas al viento…

Hay lágrimas en costaleros,

lágrimas, de sufrimiento…

¡Porque son 12 las campanadas

Que acompañan al cristo muerto!

****


La oscuridad inicia su andadura

despeinada  por el viento.

Las estrellas buscan sus velos

entre baúles  al terminar  el invierno.


Madrugada de pasos silenciosos

de bocas calladas mientras llega el alba.

De caminos de senderos poco transitados

de manos sosteniendo  la calma.

****
.


Larga noche de rezos,

silencio roto por el murmullo de un costalero

Que en cada levantá se inclina aclamando al cielo

Que el paso de sus años no le impida

acompañar a su Cristo cada año, cada rezo
****


La luna toma su capa más oscura

para acompañar  tanto desconsuelo.

 Se oyen las  12 campanadas

Como doce puñaladas al viento…


Hay lágrimas en costaleros

Lágrimas de sufrimiento

¡Porque son 12 las campanadas

que acompañan al cristo muerto!

****

Durante toda la noche

se vio caminar a un Nazareno.

Nadie sabía su nombre

 nadie lo supo cierto.

 Pero dicen que llevaba sus manos tapadas

para no mostrar las llagas del sufrimiento.


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Madre


Caminaba por la almohada  de sus desvelos
meditando el porque de su vida.
Mientras las horas pasaban lentas
Esperando de nuevo  el día.
 ****
Había perdido el alma
esa noche se apagaba su alegría.
Su hijo ya no estaba junto a ella
al menos… eso creía.
****

Paseaba por la habitación de sus tormentos
recordando el que había sido su vida.
Mientras clamaba al cielo
esperando respuestas desconocidas.
****
Había perdido la esperanza
esa larga noche de agonía.
Su hijo moría a su lado
Al menos… eso creía.
****
Hoy encontré una mujer caminando
me dijo llamarse María.
Llevaba una túnica blanca
bordada en tonos lilas.
****

Caminaba junto a mi sendero
alargó su mano y tomó la mía.
Me preguntó porque estaba triste
yo añadí que era por la misma vida.
****

Ella me contó que tuvo un hijo
que se marchó un día.
 Para renacer entre los hombre
y así calmar la desidia.
****
En su rostro había dulzura
esa que solo marca la alegría.
 De saber que nadie se va para siempre
si  “Jesús” forma parte de su vida.
****
Caminando por la almohada  de mis desvelos
meditando el porque de mi vida.
Mis  horas pasan lentas
esperando que amanezca un nuevo  el día.
Que me llene de esperanza
y de ilusión en el día a día.

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Al Cristo de la Agonía

Hay un Cristo en Lleida.
¡Hay Cristo de mi agonía!
Que al verlo enclavado,
descolgarlo yo quisiera…
Para hacer que camines  a mi lado,
y así jamás…
 Sentir ausencias en días de vela.
****
Hay un Cristo en Sant Martín,
en una Iglesia entre iglesias,
que  al verlo inmóvil,
descolgarlo yo quisiera…
Para hacer el bien a los hombres,
y así jamás…
Sentir el llanto de   la pobreza.
****
 Una larga noche de primavera,
paseando yo por Lleida,
vi una sombra  caminando
con huellas de clavos
y el corazón abierto sin tristeza.
****
Una luna serena me hacía de guía
paseando yo a su vera,
vi filas de hombres aclamando
  con huellas de historia
y amor generoso traspasando puertas.
****
 Una serena noche de primavera
 paseando yo junto a tu iglesia,
vi mujeres que alababan
con huellas de penas de antaño
 y el alma envuelta en tu presencia.
. ****
Hay un Cristo en Lleida.
¡Hay Cristo de mi agonía!
Qué al verlo enclavado…
bajarlo yo quisiera
Para hacer que camines  a mi lado
y así jamás…
 Sentir ausencias en días de vela.

Hoy Cristo de la agonía.
En tu Iglesia coronando.
Cuando te miro ya no te veo inmóvil,
ya no deseo que bajes de tu cruz caminando…
Pues tú caminas cada día…
 Entre calles y gentes ayudando.
****
¡Hay Cristo de la Agonía!
¡En Sant Martín postrado!
Pero todos conocemos,
que en donde estemos…
¡Tú estarás a nuestro lado!
                                                                     

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Mantilla Negra


Ataviada con mantilla y vestido negro de encaje
paseé mi última Semana Santa en Ceuta.

Rosa siempre deseó verme acompañar a la Virgen
en su recorrido por las calles de la ciudad.

Y yo, yo no podía negarme.
Desde que marchara de mi ciudad  a mis trece años,
no había visto ni Cofradías,  ni Pasos por calles y cuestas.

Y yo no podía negarme ese Miércoles Santo.

Vestido negro, zapatos negros y el Poniente por compañero nos
recordaba la larga tarde noche de oraciones.

Eran las tres de la madrugada
terminó el recorrido.
 Rosa me esperaba en casa,
 me ayudó a sacarme la mantilla de mi abuela,
 el vestido confeccionado a distancia.

Se recostó nuevamente en la cama para no
despertar un Jueves Santo.

Rosa esperó a dormirse
sabiendo que la Virgen había oído mis rezos.

                                                                   A Rosa Borras Díaz

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